EL BARRIO DE LOS NIÑOS MALOS
No hay mejor espejo que la vereda,
pierdes si pisas las líneas;
llegando hasta la casa sin chimenea
con la cabeza atravesada por un corte escolar
y los ojitos domados, tristes;
la extraña aventura de resucitar y no creer ni una pizca en Dios
de acordarse del sinónimo por el antónimo
de lavarse siempre el pelo
porque siempre hay shampoo,
de sonarse los mocos después de llorar
y seguir caminando,
bien abrigado
bien pequeño
bien con las manos en los bolsillos,
sin pensamientos de escuela
sin estar enamorado de alguna profesora,
un poco odiando a los gatos
otro poco amando a los perros,
aunque ladren,
aunque muerdan,
aunque duela
y si se acaba la esperanza
me queda el desvelo precoz,
el parricidio,
los hijos de “Boocky” el perro,
la mano que pinta la cuna;
yo voy a ser famoso
y todos volverán a verme por ese pasaje,
me van a ver, aunque no pase,
sus hijos les preguntarán por mí
y ustedes van a decir que eran mis amigos:
me veo riendo desde miles de páginas,
voy a reír en el hombro de mi papá,
ya no habrá lágrimas,
Pablito ya no tendrá que ir más a los scouts,
ni una puta lágrima,
ni un solo ruego pidiendo que nos vamos,
nada más,
yo niñito saliendo brillante de mi tumba,
nada más.
Pablo Paredes