LAS COSAS INSERVIBLES
a la otra Adelaida Caballero
I
Los peces mueren
por la misma boca
que los llama al beso.
No arrojes la culpa a la vejez,
he sido algo aún más espantoso.
Ah, la claridad inmensa de este gris inmaculado.
Me quise
desde que vi mi nombre
en otra fecha y otro sitio.
El frío de la tumba es preferible
a los fuegos fatuos del Infierno —dicen los desmemoriados.
Ocho días al sol son suficientes
para morir en paz y aún desear
no haber nacido.
A los ocho días de haber nacido quiso el mundo
darte algún bautismo como única cobija.
¿Seguirán llorando, cuando mueren, los que nacen?
Es algunas noches
esta almohada
más filosa
que una guillotina.
Adelaida Caballero, blanca, 8 días, La Habana. Bronco
neumonía
Todos los pájaros enmudecieron.
II
Me llamo así, como las catedrales.
A de la A ida, en una sola
unidad lingüística y diptongo.
Nací y morí en La Habana, una semana
y un día después, tres meses antes
de agotarse un siglo.
No cambió mi nombre con el tiempo.
Olvidé rehacer los siete nudos
de los que pendía mi cabeza
y ahora que he vivido poco más de veinte años,
publicados ya dos libros
y exiliada varias veces,
sé que el mundo me depara poco.
Mentira que la muerte nos cierra los ojos.
Más bien los aparta de esta comedia ridícula.
III
Desde que remorir no fue posible,
nunca estuve sola.
El balcón y yo, con el cigarro
somos tres
y todos nos hacemos compañía.
Aprendí a enfermarme a voluntad.
Mi garganta hizo, alas abiertas
como cisne,
una mariposa emponzoñada.
La dejé morir.
vida: colección de cosas muertas,
inservibles,
que sienten que respiran solamente
si comparan
su esqueleto
unas con otras.
Soy toda una mujer: tengo dientes
y una desviación sexual
vergonzosa, incurable e irreprimible:
morderse las uñas es un arte erótico
extremadamente devaluado en estos días.
IV
¿Qué finalidad tiene vestirse,
ensartarse
como un trozo de metal
entre la ropa
si sólo es otro cuerpo
—y es de hombre—
lo que puede mantenerme tibia?
No extraña
el frío humedecido de la tumba
porque de noche
el sueño la regresa
a su cajita estrecha
de muñeca embalsamada
y exhala igual sudores,
e inclusive
hasta las mismas larvas
la desvisten.
Sin embargo
encuentra divertida
la comedia rota
de los ciclos vitales
porque de manera fragmentaria
se recrea
algunas otras muertes.
No sé si desde entonces nos perteneció este nombre,
alto, altísimo, como las catedrales.
V
Fuma, fuma,
agrega innumerables cigarrillos
a tu colección de muertos
y puede que te sientas nueva, otra,
una que no es una de las dos.
Fuma por la patria que no tienes y los pájaros
que enmudecieron hace muchos años
y por un invierno que no llega,
seguramente,
porque también tiene frío.
Fuma
para acercarte el fuego hasta los labios,
para sentir la flecha, beso en punto
y por un momento nos distraiga
de este frío siniestro, cadavérico,
lanzándote alaridos por la costa.
¡Fuma! Y que sólo te preocupe
(cuerpo roto, sed, manos podridas)
cómo encenderás otro cigarro
cuando ya apagado muera el último cerillo.
VI
Despertar siempre me sume
en el espanto.
Me da miedo
despertar en otra parte.
Por lo menos cuando duermo,
entrecerrados los ojos,
siento que estoy
en la cama que no tengo.
Duermo con los ojos entreabiertos para asegurarme
de que estas cosas seguirán aquí cuando despierte.
Estas cosas que me llenan de terror si no las veo,
estas cosas mías, todas muertas, inservibles.
Cosas que me prestan este nombre que no es mío.
Adelaida Caballero